Reyes el memorioso
Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes;
una amistad memorable *
Braulio Hornedo
¿Qué
culpa tengo yo de tener una memoria de
colodión, que lo que miro se me queda grabado?
A. R.
Alfonso
Reyes y Jorge Luis Borges cultivaron una amistad perdurable a
lo largo de poco más de treinta años de su vida.
Desde el primer periodo de Reyes como embajador de México
en Argentina en 1927, hasta los últimos días de
su residencia en la tierra en diciembre de 1959 (la última
carta fechada de Borges a Reyes es del 17-XII-59, don Alfonso
murió diez días después, al amanecer del
27). Esta amistad se manifestó principalmente en tres
"planos oblicuos" continuos y complementarios:
en el trato personal breve pero intenso (1927-1930 y 1936-1937);
en la frugal pero constante relación epistolar (1924-1959);
y finalmente en el diálogo crítico y pendular entre
lector y escritor implícito en las "simpatías
y diferencias" de sus libros. En este ensayo abordaré
el primero de estos planos.
El trato personal se inicia
en la casa bonaerense de un amigo común; el dominicano
Pedro Henríquez Ureña, mentor espiritual de Reyes
desde los días juveniles de la Sociedad de Conferencias
y el Ateneo de la Juventud, allá por los años del
centenario de la Independencia en México (1910). "Pedro
Henríquez Ureña fue -dice Borges- un gran hombre,
pero esa grandeza de Pedro Henríquez Ureña, perdura
en las memorias de quienes lo hemos conocido, es decir fue un
hombre más memorable por su palabra oral que por su palabra
escrita."(1)
Reyes complementa la semblanza:
"Que Pedro Henríquez Ureña siempre me haya
parecido una reencarnación de Sócrates lo he dicho
mil veces; por ciertos rasgos de su apariencia y presencia, por
ajeno a las convenciones inútiles, por probo y fuerte
y sabio, por ávido de análisis y goloso de conocer
y entender al prójimo, por sediento de educar y educarse,
por la valentía y sinceridad de su trato. Su conversación
era una mayéutica constante... Su privilegiada memoria
para los versos -cosa tan de mi gusto y que siempre me ha parecido
la prenda de la verdadera educación literaria- fue en
él lo que desde luego me atrajo." (2)
A partir de ese primer cruce
en el "jardín de senderos que se bifurcan",
los encuentros se multiplicaron, primero en la villa de Victoria
Ocampo en Buenos Aires, y posteriormente en las tertulias dominicales
que el embajador mexicano organizaba en su representación
diplomática.
Pero dejemos que sea Borges
(el otro memorioso de esta historia) el que nos evoque los hechos:
"... me invitaba todos
los domingos a comer con él en la Embajada de México.
Recuerdo que tenía la memoria llena de citas oportunas:
yo admiraba y sigo admirando al poeta mexicano Othón y
él me dijo que lo había conocido, a Othón,
en casa de su padre el general Bernardo Reyes. Yo le dije: pero,
cómo ¿usted lo conoció? y él encontró,
él dio enseguida con la cita oportuna; aquellos versos
de Browning:
Hay un señor que habla de Shelley, y el otro le dice:
-Pero cómo ¿usted vio a Shelley, usted ha visto
a Shelley?
Y, entonces, cuando yo le dije: ¿usted conoció
a Othón?, Reyes murmuró:
"Ah, did you once see
Shelley plain..."(3)
Exactamente la cita que convenía.
Reyes tenía el amor de todas las literaturas y de la literatura."
(4)
Octavio Paz decía a
propósito de esta pasión amorosa, que Reyes no
era sólo un escritor, sino toda una literatura.
Alfonso Reyes nació
en 1889 y Jorge Luis Borges en 1899, la década de diferencia
en sus edades marcó una relación tutelar entre
el entonces joven escritor argentino de 28 años, que buscaba
al maestro más experimentado y maduro en sus juicios y
opinión crítica, pero a quien sobre todo le subyugaba
el refinado y seductor estilo literario del escritor mexicano.
De la obra y la persona del
argentino Jorge Luis Borges, don Alfonso escribió: "Jorge
Luis Borges, es el más alto exponente de las letras hispanoamericanas.
Ningún escritor como él, dueño de tan limpio
y alto estilo" (5)
"... es algo miope, y su andar parece el de un hombre medio
naufragado en el mundo físico... ha escrito ya una buena
docena de libros entre verso y prosa. En el verso huye de lo
que él llama la manía exclamativa o la poesía
de la interjección, y en la prosa, cuando opera con su
propio estilo, sin caricatura costumbrista, huye de la frase
hecha. Su obra no tiene una página perdida... Borges es
un mago de las ideas. Transforma todos los motivos que toca y
los lleva a otro registro mental. Los solos títulos de
sus libros hacen reflexionar sobre una nueva dimensión
de las cosas y parece que nos lanzan a un paseo por la estratosfera:
El tamaño de mi esperanza, Historia de la eternidad,
Historia universal de la infamia, etc. Ya inventa una región
inédita y olvidada del mundo, donde se pensaba de otro
modo,... ya inventa a un escritor francés que se propone
reescribir íntegro el texto del Quijote,... ya imagina
una biblioteca de todos los libros existentes y todos los libros
posibles; ya una Babilonia gobernada, no por leyes sino por una
especie de Lotería Nacional. Lo cual, bien mirado..."
(6)
Sin embargo, debemos recordar
que como discípulo de la escuela ultraista, Borges en
su época temprana de escritor parecía ligado a
la idea de que el contenido narrativo y las anécdotas
no tenían cabida en su obra. Quizá un cambio importante
en esa postura se pueda inferir en la crítica que formula
el argentino en 1927 al libro de Reyes: Reloj de sol,
el cual empieza por un aleccionador epígrafe que resulta
ser una "apología emocionada y preciosa" de
las anécdotas.
"Hay que interesarse por
las anécdotas. Lo menos que hacen es divertirnos. Nos
ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes: ¿hay mayor
piedad?... Hay que interesarse por los recuerdos, harina que
da nuestro molino." (7)
Para Borges "Reyes es
practicador venturoso de esa virtud de virtudes: la cortesía,
y su libro está gobernado por ese mérito. Reyes
es fino catador de almas, es observador benévolo de las
distinciones insustituibles de cada yo. De tan bien conversarnos
de sus amigos, nos amiga con ellos." (8)
En seguida Borges aclara con
su habitual agudeza crítica la falsa contradicción
en el uso de los términos de recuerdo y olvido en el epígrafe
alfonsino "...puesto que recordar una sola cosa cualquiera,
es olvidarse de lo demás del mundo.¨(9)
Ciertamente, cuando recordamos,
nuestros procesos mentales no se ocupan de otra cosa sino del
recuerdo mismo, recordar es olvidar, al menos momentáneamente,
el resto de los asuntos de que se ocupa nuestra conciencia. Inquietante
dualidad: para recordar requerimos del olvido, debido a esta
especie de angostura lineal o ¿insuficiente ancho de banda?
de nuestros canales nerviosos por donde se efectúan y
transitan nuestros procesos mentales.
La memoria, entendida desde
la metáfora cibernética como un proceso mental
que se inicia con la "captura" o adquisición
de datos por nuestros sentidos, para luego ser "almacenados"
como pistas químicas y eléctricas bajo diversos
patrones de organización en nuestro cerebro a fin de facilitar
su posterior búsqueda y recuperación aleatoria
por algoritmos específicos cuando "pensamos"
los recuerdos. La memoria se convierte entonces, a partir de
los albores del siglo XX, en objeto de estudio científico
por la neurofisiología, la cibernética, la física,
la química y las matemáticas.
Arturo Rosenblueth (1900-1970)
destacado neurofisiólogo mexicano fue compañero
por varios años en las investigaciones del matemático
norteamericano Norbert Wiener y "coautor" con este,
de la teoría cibernética. Rosenblueth fue también
compañero de Reyes en El Colegio Nacional, donde don Arturo
dictó hacia el final de su vida una serie de conferencias
que dan por resultado el libro póstumo: Mente y cerebro
(1970), en el cual se establece que:
"Bajo la expresión
procesos o eventos mentales incluyo todas nuestras experiencias
conscientes; sensaciones, emociones, pensamientos y razonamientos,
dudas y creencias, deseos y voliciones, y también las
memorias que retenemos de estas experiencias. El hecho de que
tenemos memorias tiene varias consecuencias: nos hace conscientes
de la sucesión temporal de los eventos, nos permite comparar
las experiencias presentes con las del pasado, y nos permite
integrar una personalidad, un "yo" mental que tiene
una historia y cuya continuidad no se interrumpe a pesar del
sueño o de otros períodos de inconsciencia."
(10)
Pero a diferencia de la memoria
de las computadoras que es finita y susceptible de medida y saturación,
la memoria humana es inconmensurable y parece aumentar, paradójicamente,
en la medida que crece la cantidad de datos guardados en ella,
esto es, mientras más la usamos, más espacio disponible
tenemos para memorizar, el propio Borges parece confirmarlo al
recordarnos que:
"La memoria de Alfonso
Reyes... era virtualmente infinita y le permitía el descubrimiento
de secretas y remotas afinidades, como si todo lo escuchado o
leído estuviera presente, en una suerte de mágica
eternidad. Esto se advertía, asimismo, en el diálogo."
(11)
Borges publicó en 1942:
Funes el memorioso, una de sus narraciones memorables
(nunca mejor aplicada la redundancia). En este breve relato dibuja
en unos cuantos magistrales trazos la sorprendente personalidad
de Ireneo Funes, un sencillo joven trenzador de manos afiladas
de Fray Bentos (localidad veraniega), un compadrito de cara taciturna
y aindiada y singularmente remota, quien aunque padece
ciertas incurables limitaciones, por su humilde origen, está
llamado a ser -debido a cierta increíble cualidad que
ya el título anuncia- un precursor criollo de los superhombres.
"Un Zaratustra cimarrón y vernáculo".
Funes es un joven de poco menos
de veinte años, quién tras sufrir un accidente,
que lo deja irremediablemente tullido, adquiere el tormentoso
don de la percepción y la memoria totales.
"Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa;
Funes todos los vástagos y racimos y frutos que comprende
una parra. Sabía las formas de las nubes australes del
amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos
y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un
libro en pasta española que sólo había mirado
una sola vez... Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual
estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc.
Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero;
no había dudado nunca, pero cada reconstrucción
había requerido un día entero." (12)
Dejo al lector el placer insustituible
de la lectura del texto original completo, para que pueda confirmar
o cuestionar posteriormente la validez de mis supuestos. Me permito
adivinar, por lo pronto, que en esta narración hay un
velado reconocimiento y homenaje del ya maduro alumno a su evocado
mentor. Por una parte, un reconocimiento del papel poético
de la anécdota como un valor estético en la narrativa
borgeana, y por la otra, un homenaje a la memoria de "colodión"
de "Reyes, mi maestro". Borges termina este relato
señalando con un enigmático guiño que Funes
murió en 1889, precisamente el año en el que nace
don Alfonso. ¿Sería para propiciar quizá
una metafísica reencarnación?
Antes de concluir esta recordación
del memorioso Reyes quiero presentar como broches de oro, dos
testimonios y un fragmento del poema In memoriam, que
refrendan la excepcional memoria alfonsina. El primero es de
su amigo y colega en la Academia Mexicana don José Rojas
Garcidueñas, el segundo es contado por su nieta Alicia
Reyes (Tikis), devota y eficaz continuadora de la obra de su
abuelo al frente de la Capilla Alfonsina.
"<Memoria de colodión>,
decía con sorna don Alfonso. Memoria privilegiada, ciertamente.
Pero es bien sabido que en el funcionamiento de la capacidad
retentiva entra, en gran parte, la atención. Reyes leía
con máxima atención aunque con rapidez extraordinaria:
hojeando un libro recién llegado, pasaba las páginas
de modo que parecía no haber podido leer sino algunas
cuantas y salteadas líneas, pero de repente, levantando
la vista, hacía algún comentario que demostraba
lo mucho que se había enterado del contenido, en aquellos
minutos que uno creería apenas bastantes para un menos
que superficial ojeo. Yo fui testigo de ello varias veces..."
(13)
"El pensamiento de nuestro
Alfonso -escribió su nieta- , como el de Pedro Henríquez
Ureña no descansaba nunca. Mientras seguía el hilo
de la charla, iba construyendo, para sí, otra interior
figura mental. Y al revés, dejaba correr su charla sin
percatarse, aparentemente, de las cosas que lo rodeaban. Yo misma
pude comprobarlo: Reyes se sentaba en su sillón verde
-que aún esta junto a su lecho- y parecía dormir,
pero no, estaba más atento que nunca y si alguno de la
familia equivocaba una palabra en el crucigrama o bien aseguraba
haber leído tal o cual poema y lo recitaba mal, saltaba
para explicar pacientemente la palabra o corregir el poema...
La memoria de nuestro Alfonso era prodigiosa y mi padre se divertía
jugando con él a las adivinanzas literarias: tomaba algún
libro clásico y leía un trozo ya en prosa, ya en
verso, y a las primeras de cambio, abuelito adivinaba autor y
obra, ante el asombro de los que lo rodeábamos" (14).
Borges escribió este
homenaje poema, tras la partida y a la memoria de su maestro
y amigo. Es de notarse la referencia a la ciudad de las querencias
de Reyes en la memoria de Borges, pues asegura que ya hay en
la gloria otro México y otra Cuernavaca.
IN MEMORIAM
Jorge Luis Borges
El vago azar o las
precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes.
Supo bien aquel arte
que ninguno
Supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
Que es pasar de un país a otros países
Y estar íntegramente en cada uno.
Si la memoria le clavó
su flecha
Alguna vez, labró con el violento
Metal del arma el numeroso y lento
Alejandrino o la afligida endecha.
En los trabajos lo
asistió la humana
Esperanza y fue lumbre de su vida
Dar con el verso que ya no se olvida
Y renovar la prosa castellana.
Más allá
del Myo Cid de paso tardo
Y de la grey que aspira a ser oscura,
Rastreaba la fugaz literatura
Hasta los arrabales del lunfardo.
En los cinco jardines
del Marino
Se demoró, pero algo en él había
Inmortal y esencial que prefería
El arduo estudio y el deber divino.
Prefirió, mejor
dicho, los jardines
De la meditación, donde Porfirio
Erigió ante las sombras y el delirio
El Árbol del Principio y de los Fines.
Reyes, la indescifrable
providencia
Que administra lo pródigo y lo parco
Nos dio a los unos el sector o el arco,
Pero a ti la total circunferencia.
Lo dichoso buscabas
o lo triste
Que ocultan frontispicios y renombres:
Como el Dios del Erígena, quisiste
Ser nadie para ser todos los hombres.
Vastos y delicados
esplendores
Logró tu estilo, esa precisa rosa,
Y a las guerras de Dios tornó gozosa
La sangre militar de tus mayores.
¿Dónde
estará (pregunto) el mexicano?
¿Contemplará con el horror de Edipo
Ante la extraña Esfinge, el Arquetipo
Inmóvil de la Cara o de la Mano?
¿O errará,
como Swedenborg quería,
Por un orbe más vívido y complejo
Que el terrenal, que apenas es reflejo
De aquella alta y celeste algarabía?
Si (como los imperios
de la laca
Y del ébano enseñan) la memoria
Labra su íntimo Edén, ya hay en la gloria
Otro México y otra Cuernavaca.
Sabe Dios los colores
que la suerte
Propone al hombre más allá del día;
Yo ando por estas calles. Todavía
Muy poco se me alcanza de la muerte.
Sólo una cosa
sé. Que Alfonso Reyes
(Dondequiera que el mar lo haya arrojado)
Se aplicará dichoso y desvelado
Al otro enigma y a las otras leyes.
Al impar tributemos,
al diverso
Las palmas y el clamor de la victoria:
No profane mi lágrima este verso
Que nuestro amor inscribe a su memoria.
Jorge Luis Borges.
(15)
(1) J. W. Robb (prólogo
y compilación), Más páginas sobre Alfonso
Reyes. Vol. III segunda parte. El Colegio Nacional. México,
1996, p.821
(2) Alfonso Reyes, Recoge el día. Alfonso Rangel Guerra
(selección, prólogo y notas). El Colegio Nacional.
México 1997, pp. 145-46
(3) Browning, "Memorabilia" en The poems & Plays
(1844-1864). J.M. Dent & Co. London, p. 399
(4) J. W. Robb, op. cit. p.821
(5) Citado en una entrevista por Mario Puga, "El escritor
y su tiempo: los días de Alfonso Reyes", Universidad
de México X-3 (nov. 1955), p. 20
(6) Alfonso Reyes, Obras completas IX, Fondo de Cultura Económica.
México. 1959, pp. 307-309
(7) Alfonso Reyes, Obras completas IV, Fondo de Cultura Económica.
México. 1956, p. 359
(8) Alfonso Rangel Guerra (compilador), Páginas sobre
Alfonso Reyes. Vol. I primera parte. El Colegio Nacional. México,
1996, p.142
(9) Alfonso Rangel Guerra (compilador), op. cit. p.143
(10) Arturo Rosenblueth. Mente y cerebro. El Colegio Nacional
- Siglo XXI, México 1994, p. 85
(11) J. W. Robb (prólogo y compilación), Más
páginas sobre Alfonso Reyes. Vol. III primera parte. El
Colegio Nacional. México, 1996, p.283
(12) Jorge Luis Borges, Narraciones. Salvat Editores. España
1982, p. 118
(13) Alicia Reyes, Genio y figura de Alfonso Reyes. Fondo de
Cultura Económica. México. 2000, p. 245
(14) Ibid
(15) J. W. Robb (prólogo y compilación), Más
páginas sobre Alfonso Reyes. Vol. III primera parte. El
Colegio Nacional. México, 1996, p.285. Tomado de: El hacedor,
Buenos Aires: Emecé, 1960, pp. 81-83
*Inventio, Universidad Autónoma del Estado
de Morelos. Cuernavaca, México, año I: No. 2 (septiembre
2005), pp. 97-101.
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